Has rozado la felicidad por unas horas, y con eso casi que basta.
Durante estos días, me he parado a pensar en la magia que hace que todo esto funcione como lo hace, como un reloj encantado, y he llegado a algunas conclusiones, de las que no estoy seguro, pero casi…
Veréis (para los que no lo conozcan), el festival Celsuis 232 es un encuentro, basado sobre todo en la literatura fantástica, que, desde hace unos años, vienen montando unos locos de Asturias para celebrar que la fantasía sigue viva, a pesar de todo. Durante una semana, aproximadamente, autores de todo el mundo se mezclan con lectores, editores, ilustradores y gentes de otras dimensiones, en un ambiente único de fiesta. Presentaciones de libros y firmas cada media hora, charlas, actividades infantiles (y no tan infantiles), incluso rol o cine nocturno, forman una salsa de positividad en la que flotamos los escritores yendo de un lado para otro como si todo ese montaje fuera una habitación más de nuestra propia casa. Ir paseando por las calles de Avilés, entre casetas plagadas de libros (la mayoría de autores españoles), y encontrarte con una cría de nueve años que te pide una firma, o con alguien que te pregunta por el detalle más oculto de tu última historia o que te sonríe porque te ha escuchado hablar antes, o ver que una persona hace cola para verte presentar tu libro, no tiene precio. Me bastaría con ver tanta gente diferente interesada en la literatura fantástica. Eso ya me haría sentir feliz, pero si además, en ese lugar se produce el milagro del encuentro con tantos lectores, con tantos amigos, y conoces a gente tan maravillosa, pues entonces, como digo, se llega a rozar la felicidad.
Este año, por circunstancias, apenas he podido estar allí dos días. Se me ha hecho corto, pero quizás por eso ha sido especialmente intenso. No he parado, he ido de un sitio a otro, rebotando, con una sonrisa en la cara, siendo consciente de lo afortunado que era en todo momento. Solo en circunstancias así, o cuando uno se encuentra con los miembros de un club de lectura, te das cuenta de hasta qué punto la suerte te ha acompañado en el camino… No os imagináis lo que significa que alguien termine de componer tu libro en su cabeza, que te diga que ha sido su refugio, que se ha divertido mucho leyéndolo… ¡Hay gente que incluso dice haber reflexionado a mi lado! En la lejanía, pero a mi lado… Para mí, que alguien preste atención a una obra mía en este universo de infinitas posibilidades y prisa, que gaste veinte euros para comprarla (tal y como está el patio), que emplee una porción de su tiempo en leerla (teniendo en cuenta que el tiempo es la materia más preciada que existe), y que luego se acerque a ti, para darte las gracias, es algo que todavía me maravilla. Lo agradezco infinitamente. No os imagináis cuánto.
Y eso, ocurre en el Celsuis a cada paso.
Pero es que, además, este año he tenido encuentros que me han alegrado mucho, con gente a la que extrañaba y quería volver a mirar a la cara y con gente que no conocía y que me ha sorprendido. Entre los del primer grupo, están mis queridos Germán y José Manuel, algo más que compañeros desde mi primera visita a la Semana Negra. Compartir un rato con vosotros ha sido una alegría enorme y como no nos hemos despedido, sin duda volveremos a encontrarnos pronto. Pero, lo mejor de todo esto es que, entre los escritores y editores también tengo buenos amigos a los que aprecio mucho: David Luna, Carlos Sisí (cuando pensaba que mis pesadillas con vampiros habían pasado, va el tío y me regala un ejemplar de Rojo dedicado…), Javier Miró, Javier Castañeda, José del Río, Dioni Arroyo… Mucha gente que ama la fantasía como yo y que me viene acompañando en este viaje desde hace años.
Y a esa tripulación de locos se han unido este año rostros nuevos, a los que conocía solo de manera virtual: mis queridos editores Pilar y José María (que ya forman parte de mis mejores recuerdos), y puñados de compañeros y conocidos a los que deseaba poner cara y sonrisa. Sofía Rhei (la nueva heroína de mi hija), Eva Guerrero, Izascun Gracia, Borja Bilbao, Ana García Herráez, Julia Díez, Pepa Mayo, Greta Mustieles, Gema Solsona, Ricardo Guadalupe, Tomás Hijo, Mariano Villareal o Ana González Duque… Seguro que se me olvida alguno. Han sido demasiadas emociones muy seguidas y mi pobre cerebro de cuasiabuelo suele fallar. Espero que me perdonéis los ausentes. Estáis aquí también…
En fin… Y si a esto le sumas una cocina excelente (y no m refiero solo a ese cachopo reglamentario que hay que zamparse y compartir en redes), el calor innato de aquella gente, lo maravilloso de aquellos paisajes de cuento de hadas… pues imaginaos: la experiencia se vuelve inigualable.
Así que esta locura maravillosa es posible gracias a los lectores, a los escritores y editores que colaboran para que ritual funcione, pero, sobre todo, a ese trío que invoca encantamientos de convocación para llevarnos allí cada verano: A Diego, que este año me ha acompañado en la presentación (una presentación magnífica), a Cristina, que nos recibió con una sonrisa, como siempre, y que le regaló a mis hijos dos gorras muy chulas, y sobre todo Jorge Iván. Y digo, sobre todo, no porque crea que su labor es más importante (no entro a valorar eso), sino porque fue con él con el que comenzó todo. Él me publicó Núbilus hace muchos años (ya demasiados), él creyó en mis historias cuando nadie me conocía, me llevó a aquella primera Semana Negra y de alguna forma, me ha permitido ser el escritor que soy… haber vuelto al Celsius. Esa es la razón. Pero no solo tengo agradecimiento para ellos tres. Sé que en el Celsuis colabora mucha más gente, a algunos apenas los conozco, pero mi gratitud se extiende hasta el último de los que hacen aquello posible.
Así que, aquí acaba el viaje. Al menos por ahora. No sé si habrá otro. Espero que sí, pero de cualquier forma el Celsuis de este año, el del renacer a la vida tras (o a pesar de) esta triste pandemia, siempre estará ahí, congelado en un momento del continuo espacio-temporal, existiendo. Y yo estaré allí, con mi familia, con todos vosotros, celebrando que la magia existe.
Los Dioses muertos me han llevado hasta Avilés… Quizás solo por el Celsuis, haya merecido la pena escribirlo, pero lo cierto es que el libro me ha dado muchas cosas más, casi todas buenas. Así que puede que puede que deba reformular mi máxima filosófica del principio (filosofía de garrafón, ya sabéis, pero filosofía, al fin y al cabo). Ahora, pensándolo mejor, quizás crea que el Celsius es esa isla de felicidad que uno se encuentra mientras recorre el camino de la escritura, entre libro y libro… Y oye, bien pensado, quizás lo de escribir no sea sufrir tanto, al fin y al cabo.
Nos vemos en el próximo Celsuis.