Ayer yo estaba pasando un buen día. Me levanté tarde, me fui a comer con la familia, luego hicimos una visita al museo arqueológico de Alicante para ver los guerreros de terracota de Xi´an y acabamos en casa jugando juntos a un juego de mesa. Además, me enteré de que el Real Madrid había ganado… Así que, sobre las doce, estaba a punto de irme a dormir tan satisfecho, cuando comencé a ver que mi teléfono (en silencio durante la partida) se había llenado en pocos minutos de llamadas y whatsapps de los amigos.
Abrí el primero y toda esa cotidiana satisfacción se esfumó de golpe. Javi Martínez me informaba de que Manuel Cifuentes, Ciro en el mundo artístico, Manolo para mí, había fallecido en un desafortunado accidente de tráfico…
No podía creerlo.
Un nudo, del que todavía no he podido deshacerme, me estranguló el estómago. Hacía apenas un par de semanas me había encontrado con él en una competición de judo en la que participaron nuestros hijos. Yo estaba en la grada y él se acercó a los tatamis, con su casco en la mano, a despedir a su muchacho. Me quedé con las ganas de saludarlo, pero estábamos muy lejos y él, que no me vio, se marchó al instante. “Otra vez será”, pensé. “Habrá otra ocasión”.
No sabía entonces que no la habría, y ahora lamento no haberla aprovechado…
No voy a hablar mucho de la carrera de Ciro. Solo diré que el mundo del dibujo y la ilustración ha hecho de todo, desde vender cómics a montar escenografías para teatro. Pero, desde mi punto de vista, más importante incluso que su arte, ha sido su faceta de divulgador, de maestro de ceremonias a través del cual muchos artistas de mi generación conocieron el mundo de la fantasía en sus diferentes vertientes. Ciro, Manolo, ha sido el gran promotor del cómic para la gente de mi edad en Albacete. Todos los que hemos cogido un lápiz lo conocemos y tenemos alguna anécdota en la que es protagonista. Yo, además, tuve la suerte, pasados los años, de participar con él y con Javier Martínez en la creación del Duque Dementira, lo cual es un gran orgullo para mí. Lo apreciaba de verdad, y creo que él me apreciaba a mí…
Así que ya digo, su pérdida, además de inesperada, me parece muy injusta y me ha provocado un gran dolor. Creo que la vida ha sido muy cicatera con Manolo, quien sin duda, merecía un final mejor que el que ha tenido.
Pero para que entendáis lo que siento hay que hacer un poco de abuelo cebolleta y volver la mirada a un pasado que, por desgracia, cada vez me parece más lejano.
Veréis, Ciro y yo nos conocíamos de vista desde críos. Su madre tenía una droguería en la calle del Rosario que era otra institución en Albacete a la que iba mucho a comprar mi tía (en realidad todo el barrio iba allí). Aunque lo cierto es que no llegamos a establecer una verdadera relación hasta el día en que abrió su propio negocio, su tienda, Cómic Rol, junto a su socio de entonces, Javi. Aquel sitio es mítico hoy en día pues fue el primer comercio que se dedicó en Albacete a los tebeos y al entretenimiento de manera especializada. Era como un centro sociocultural donde nos reuníamos todos los frikis de la ciudad. Allí organizó uno de los primeros concursos de cómic a los que me presenté (yo, por entonces soñaba con ser dibujante) y se dedicó durante años a vender fantasía en algunas de las modalidades que más amo. No tardé en convertirme en su cliente y poco a poco él se convirtió en algo más que en un simple vendedor. Recuerdo miles de conversaciones sobre cómic, cine, juegos y música con él. Lo recuerdo pintando figuras y jugando a Warhammer 40.000… Recuerdo cómo me descubrió a cientos de dibujantes y guionistas y me abrió las puertas del maravilloso mundo de los tebeos. Yo no fui nunca de su núcleo más estrecho de amigos, pero no puedo rememorar mi juventud sin tenerlo presente.
Luego, vendrían sus clases en la Universidad Popular, aquellas tardes entintando al estilo humanoide junto a Vicente Cifuentes, Javi Martínez y tantos otros. Sus lecciones todavía resuenan en mi mente. Allí nuestra relación se estrechó un poco más. Por aquellas fechas descubrí también el Salón del cómic de Barcelona (que visité por primera vez junto a Sergio Bleda) y en el que también nos encontramos. Aquellos viajes estuvieron siempre llenos de ilusión…
Sin embargo, la vida luego me llevó por otro camino. Yo no hubiera querido dejar nunca de dibujar, pero el convencimiento de que no tenía el talento suficiente (ahora creo que podría haberlo intentado con más fuerza) y otro tipo de cuestiones familiares (ese río del que hablaba al principio) me llevaron a alejarme de mi idea de ser dibujante y, durante unos años, también de él.
Por suerte, un día comprendí que había otras maneras de contar historias. Vicente Cifuentes (otro de esos artistas que están presentes en muchos de mis mejores recuerdos de aquellos tiempos de adolescencia) me pidió un guion y yo acabé escribiendo una historia que se convertiría en cómic y luego en mi primera novela: Núbilus. Pues bien, aquel guion volvió a unirnos. Manolo, Ciro, lo coloreó con maestría, y hoy siento un gran orgullo y una gran alegría de que la vida nos volviera a juntar entonces.
Núbilus fue el inicio de mi carrera como escritor y él estuvo allí.
Además, esa colaboración nos llevaría, unos años más tarde, a realizar uno de los trabajos que yo más he disfrutado en mi vida: Las increíbles aventuras del Duque Dementira. Durante casi un año, Javi Martínez, él y yo trabajamos codo con codo, apoyándonos, aportando opiniones e ideas, entusiasmados, para crear un universo del que siempre nos sentimos muy orgullosos. Recuerdo las innumerables visitas a su casa, recuerdo verle hacer magia con el color digital y recuerdo las miles de conversaciones que tuvimos y que surgieron sin pretenderlo… Todos aquellos momentos, almacenados en mi memoria, son hoy oro puro.
Por suerte, aquellos trabajos me volvieron a acercar a él.
Luego, Planeta canceló aquella línea de autores españoles (no vendimos suficiente, es difícil vender lo suficiente para Planeta…) y lo que iba a ser una trilogía quedó en un primer volumen y en una narración inconclusa. Me hubiera gustado continuar la historia en otra editorial, pero por distintas circunstancias no pudo ser, y lo sentí, sobre todo por él, porque puso una gran ilusión en aquel trabajo y una dosis de esfuerzo que siempre le agradeceré.
A partir de entonces he vuelto a encontrármelo en múltiples ocasiones (como digo, nos apreciábamos, pero no formé nuca parte de su círculo de amigos más cerrado) y siempre nos saludábamos con cariño. Todas las veces tuvo palabras de alabanza hacia mis novelas, palabras que yo valoré y agradecí muchísimo. Le gustaba lo que hacía, llegó a ir a alguna presentación mía, y eso fue siempre un gran orgullo para mí.
Al final, encontré mi camino en el arte y aunque no fue el que yo imaginaba, ha sido un camino que me ha dado muchas alegrías y, sin duda, puedo decir que en parte fue gracias a él.
Y es que, por las manos de Ciro han pasado casi todos los amigos artistas de mi generación. El cómic en Albacete, durante años, fue él, y creo que su influencia y su valor como motor dinamizador del séptimo arte (y del arte, en general) en nuestra ciudad, todavía está por ser destacado como merece.
Sin duda, Manolo, Manuel Cifiuentes, Ciro, ha sido uno de los artistas más importantes de nuestra ciudad en las últimas décadas, pero lo fundamental para mí, es su incondicional amor por un arte por el que lo dio todo y al que dedicó su vida. Como un predicador de los de las películas americanas, se esforzó durante años pregonando las virtudes de una de las formas más depuradas de literatura que existe, y gracias a él, muchos de nosotros hemos encontrado un refugio que nos acogerá siempre. Le debo miles de horas de felicidad…
Así que, aquí sigo, bregando con este nudo en mi estómago, lamentándome por lo puta y lo injusta que es la vida a veces, tragándome las lágrimas, pero a la vez, agradeciendo que nos conociéramos.
Desde aquí, quiero hacer llegar mi apoyo a su familia en estos momentos tan oscuros (su familia fue siempre su otra gran pasión). Ojalá pudiera hacer algo por aliviarla. Sé que no puedo, pero por lo menos, me gustaría que supieran que lo tengo presente. Su sonrisilla de medio lado me acompañará siempre cuando lo recuerde, cada vez que haga un dibujo con tiza en la pizarra de mi clase, cada vez que abra un nuevo cómic, cada vez que vea un superhéroe en una pantalla de cine remontarse hacia el cielo…
Sin duda se merecía más, aunque, por otro lado, pienso que pocas personas serán tan recordadas, y ese no es premio pequeño. No sé si habrá un más allá, pero creo que para él debería crearse, si no existe ya, uno plagado de viñetas, conversaciones amigables, aventuras, héroes, color y buena música.
Buen viaje, Manolo. Eras un buen hombre. He sentido mucho tu marcha. No te imaginas cuánto. Espero que volvamos a encontrarnos algún día para hablar de todo eso que nos gusta…