Sin embargo, me gustaría dejar claro que mi Canto de Prometeo no es una historia de dioses y héroes griegos al uso. Aunque en sus páginas iniciales está presente ese sentido de la maravilla propio de la fantasía más pura, nunca pretendí que los milagros fueran el deus ex machina de la historia. Utilizo los mitos para zarpar desde un lugar de cierto confort para el lector y para dar una ambientación colorista a mi relato. Sin embargo, tuve claro siempre que llegaría un momento en la narración en el que ofrecería una explicación más o menos racional a todos y cada uno de los prodigios que había pensado: a los dioses, a los héroes, a esa Grecia que mezcla lo clásico con la más avanzada tecnología… En el que todo cuadraría de manera lógica sin necesidad de magia.
Sin embargo, por la propia naturaleza de la obra me he limitado hasta ahora a hablar solo de su parte inicial y creo que debo seguir haciéndolo así. El texto está dividido en dos bloques (Mythos y Logos), y es en el primero de ellos en el que todo parece más inexplicable, más puramente fantástico. En el segundo, la narración da un giro y comienza a transitar géneros distintos que no quiero desvelar.
Muchas veces, cuando me piden referentes literarios que inspiraron la novela doy un salto mortal y me traslado al mundo del cine. Toda la literatura fantástica que he leído y disfrutado durante años estaba ahí, desde luego, pero cuando empecé a pensar Los dioses muertos, lo que yo quería hacer era algo parecido a películas como Sospechosos habituales o El club de la lucha. Buscaba una de esas historias capaces de alterar la percepción del espectador con una última secuencia sorprendente que cambia todo el sentido de lo visto hasta entonces. En esas películas llega una revelación final que es un terremoto. El director (o mejor dicho, el guionista) planta un hito que retuerce la trama y nos hace conscientes del engaño que hemos sufrido. Vemos esos edificios caer, o nos fijamos en ese tablón de anuncios de la pared, y sonriendo nos damos cuenta de que creíamos haber visto una cosa y nos estaban contando otra.
Es cierto que también admiro libros con este tipo de estructura. Así sin pensarlo mucho me vienen a la cabeza novelas como Soy leyenda de Richard Matheson o El juego de Ender de Orson Scott Card y cuentos como La casa de Asterión, del genio Borges, que en su momento hicieron que mi cabeza explotase como si hubiera estado llena de fuegos artificiales. Pero para ser sincero, he de reconocer que en un principio mis referentes fueron estas películas de las que hablaba.
Mi intención era la de ofrecer un dulce envenenado que estallara en la boca de repente. Me encanta sorprender al lector y creo que en todas mis novelas lo he conseguido. Aún recuerdo los comentarios ante el final de Núbilus, o la cara de los que me comentaban sorprendidos los cambios de realidad en Los últimos años de la magia. Intento que cada una de mis historias sea como un pequeño puzle. Quiero que al colocar la primera pieza penséis que vais a ver algo muy distinto de lo que representará la última imagen y, sobre todo, pretendo que todo encaje al final.
Por ese motivo, me limitaré solo a comentar los personajes y hechos ocurridos al principio de la novela. Perdonadme, pero no saldrá de mi boca una palabra sobre el final de Los dioses muertos. Solo os aseguro que nada es lo que parece y que os vais a sorprender.
En cualquier caso, espero que con esta serie de artículos baste para despertar vuestra curiosidad. Ojalá su lectura os anime a acompañarme en este viaje.
Zarpamos.